Frente a los estudios convencionales que mostraban el auxilio a los pobres como un mero acto de la benevolencia al desvalido y más allá de una historia de las instituciones, la autora argumenta que vale la pena explorar las prácticas de caridad como parte del fenómeno asociacionista, como parte del devenir del Estado liberal, que no está desprovisto de las experiencias de quienes ayudaron y de los grupos que reciben la caridad. El problema de la asistencia, recogida o castigo de los pobres, vagos, ociosos, holgazanes, mendigos o mal entretenidos, que asolaban las ciudades de los reinos de España era antiguo. La propuesta de la renta básica de ciudadanía gana cada día más adeptos a la vista de la ineficacia de las recetas clásicas utilizadas hasta ahora para atajar el imparable crecimiento de la pobreza y la desigualdad, tanto dentro como fuera de España.
Es indudable que la pobreza y las desigualdades sociales no surgieron en el país en la década de 1880, como tampoco han desaparecido en la moderna realidad del Chile precise. Desde el fortalecimiento de los órganos de la administración, el dificultad no estaba ya tanto en la determinación y aprehensión de los holgazanes, sino en su destino, porque ¿qué se hacían con los miles de ociosos, mendigos voluntarios, pícaros o pequeños delincuentes que campaban por los distintos lugares del país? Aunque la ley establecía su servicio en el ejército, la marina o arsenales, u obras públicas, desde el principio se hizo necesariamente una interpretación extensiva de la norma, tratando de procurarles de hecho ocupaciones suficientes.
Durante el siglo XV la cuestión de la creciente mendicidad no preocupaba tanto a los reyes, que habían emprendido la superación de la crisis económica con un vigor extraordinario (sobre todo a partir de la unión política de Castilla y Aragón, el final de la Reconquista y el Descubrimiento), como a los pueblos, que eran los que sufrían en la práctica el acoso cada vez mayor de los mendigos por sus calles e iglesias. Es por ello que, en esta época, serían los propios poderes municipales, a través de sus ordenanzas, los que se ocuparían fundamentalmente del problema de la vagancia. Y así, cada ciudad estableció sus propias normas de policía de vagos, dependiendo del número de ellos, las molestias de los vecinos, las propuestas recibidas, e incluso la propia sensibilidad de las autoridades locales con respecto al tema. Esta policía llegó a su punto más álgido con el advenimiento de la nueva dinastía Borbón en el siglo XVIII[12].
Pérez Estévez, R., El problema de los vagos en la España del siglo XVIII (Madrid, 1976). Nicéforo, A., La transformación del delito en la sociedad moderna (Madrid, 1902, trad. de C. Bernaldo de Quirós). Los orígenes del sistema penitenciario (siglos XVI-XIX) (trad. solid. México, 1985).
De ella, la beneficencia o caridad cristiana, es de lo que habían vivido hasta entonces. En el siglo XVIII, se desarrolló una especial policía acerca de la mendicidad y la vagancia en toda Europa, y también en España. El gobierno mostró un particular interés sobre este tipo de gente, porque los autores de la Ilustración pensaban que eran uno de los principales obstáculos para lograr el progreso de la Nación. La thought era socorrer sólo a los verdaderos pobres en instituciones públicas, y hacer trabajar a los vagos u ociosos.