Finalmente, en el último cuarto del siglo XX fueron el capitalismo regulado y la socialdemocracia apoyada en un estado benefactor los que entraron en disaster en los centros desarrollados. El exceso de gasto fiscal en Estados Unidos, y la fuerte carga tributaria aplicada a las grandes corporaciones condujo por un lado a presiones inflacionarias y por otro lado a un desaliento de la inversión productiva. El exceso de beneficios sociales tendió a producir una creciente participación del sector público y de los salarios en el ingreso total, reduciendo la participación de las ganancias corporativas. Comenzó así un proceso de inflación con recesión que no tenía precedentes en la economía estadounidense. En la década de los años ochenta este proceso condujo a un rechazo de la economía keynesiana, a un esfuerzo por reducir tanto el tamaño del Estado como su intervención en el campo de la vida económica, incluyendo el gasto en bienes público-sociales. Con la llegada a comienzos de los años ochenta de los gobiernos de Margaret Thatcher en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos se dio inicio a una era conocida como la Revolución Conservadora.
El capitalismo y la democracia representativa liberal quedaron como los únicos sistemas reguladores de los procesos económicos y políticos del mundo occidental. Sin embargo, el capitalismo comenzó a operar con base en nuevas posiciones tecnológicas, y acudió a nuevas estrategias y tácticas de mercado. Ese proceso contribuyó por un lado a la concentración y por otro lado a la despersonalización del poder económico. La teoría de los mercados y de los precios se edificó sobre la base de las nociones de utilidad ya planteadas por Bentham cuyo rasgo más importante period pobreza ejemplo la pretensión de mensurabilidad cardinal y de comparación interpersonal de magnitudes de utilidad. Por lo tanto, esta ética admitía su asociación teórica con el sistema de precios.
Todos son lugares con páramos abandonados y desolados, y ciudades al borde de la sobrecarga. Los economistas neoclásicos, incluyendo su expresión neoliberal contemporánea, aceptan que la pobreza existe como problema social. Obviamente no podrían negarla, pero derivan al Estado la obligación de subsidiar a los más pobres (los más ricos tienen una seguridad social crecientemente privatizada). Es claro, sin embargo, que la capacidad del Estado para subsidiar vía gasto social queda dentro de límites muy rigurosos dados por el equilibrio presupuestario y por una contención tributaria. El drama precise (junio de 2020) generado por la pandemia mundial, está poniendo dramáticamente de relieve las insuficiencias de esta concepción del mundo y de la historia.
Esta última aseguraría la circulación permanente de bienes y una menor concentración de la propiedad privada y el poder económico, implementando un impuesto progresivo que obligue a los propietarios más ricos a entregar cada año a la sociedad una parte de lo que poseen. Esos recursos, plantea el economista, podrían usarse para financiar una dotación universal de capital. La Encuesta CEP de Julio-Agosto 2013 mostraba que los chilenos prefieren estructuras de ingreso simétricas (45%) o top-heavy (34%).
La economía mundial se asemeja a un polvorín gigante, vulnerable a cualquier chispa pasajera. Casi una quinta parte de todos los dólares existentes han sido creados este año. Los balances de los bancos centrales de Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y la zona euro han aumentado más del 20% de sus PIB combinados desde que comenzó la disaster, principalmente para comprar deuda pública. Esto es políticamente necesario ahora para estabilizar el barco, pero mañana los capitalistas buscarán recuperar estos gastos vertiginosos a través de un fuerte giro hacia la austeridad.
A diferencia de los clásicos según los cuales los precios miden trabajo humano, los neoclásicos dicen que los precios miden utilidad y escasez, marginalmente determinadas de acuerdo con el cálculo racional de consumidores y de productores. Los primeros (consumidores) son el punto de partida de todo el proceso (soberanía del consumidor) y buscan llevar al máximo la satisfacción de sus deseos individuales, expresados a través de sus funciones de preferencias individuales. Ese máximo u óptimo depende desde luego de su poder adquisitivo basic, determinado en el punto en que (gráficamente hablando de acuerdo con las formalizaciones neoclásicas) la recta de presupuesto es tangente a la más alta curva de indiferencia en el consumo, con base en la cual cada consumidor determina su “canasta” personal. Los conductores de este proceso, miembros de la burguesía industrial naciente, propietarios del capital productivo, impusieron un código de comportamiento egoísta que se legitimaba a través del mercado. El poder adquisitivo del capital aplicado a la producción y fundado en el control del poder tecnológico se revelaba capaz de generar una expansión indefinida de la riqueza de las naciones. Así se tituló precisamente el libro de Adam Smith, economista y filósofo moral considerado el padre fundador de la ciencia económica, la que emergió como disciplina autónoma en ese período histórico.
Muchos trabajos de investigación han tratado de identificar cuán importante es la relación entre desigualdad y desarrollo, y los mecanismos para explicar dicha relación. Una de las conclusiones es que ella opera vía mecanismos más indirectos de lo que se creía. Así, Daron Acemoglu y James Robinson argumentan que las brechas socioeconómicas afectan negativamente el desarrollo de los países cuando se traduce en un acceso, también desigual, al poder político; este mecanismo se relaciona con la potencial captura de rentas por parte de la élite y el bloqueo de oportunidades de desarrollo para el resto de la población. En el caso del capitalismo, la explotación consiste, básicamente, en que la menor libertad o poder de negociación que tiene el trabajador le permite al dueño del capital pagarle un sueldo que no representa la contribución marginal que el trabajador hace al valor last del producto, sino que tiende a igualar el costo de la reproducción biológica del trabajador. El intercambio es desigual porque el salario que el trabajador recibe no iguala el valor que el trabajador aporta. Esta desigualdad es resultado del aprovechamiento de la falta de libertad del trabajador, porque éste carece de una opción razonable para rechazar los términos de dicho intercambio.
Un país que depende de la mano de obra barata o de la explotación de materias primas no desarrolla esas habilidades y queda a merced de que lo que produce hoy sea reemplazado por la tecnología de países más hábiles. Esta dependencia de las materias primas, que en Chile no se discute, es para varios investigadores un freno central para el crecimiento. Ha-Joon Chang, economista de la Universidad de Cambridge, describe la debilidad de este tipo de desarrollo en su libro Malos samaritanos (2007 RH enterprise books). Dedicarse pobreza extrema en el mundo 2022 a explotar bienes primarios, explica, puede ser buen negocio durante un tiempo, como lo fue para Argentina que llegó a ser el quinto país más rico del mundo a comienzos del Siglo XX gracias al trigo y la carne. Primero, porque la productividad de los commodities crece más lento que la de las manufacturas y es fácil quedarse atrás (usted puede inventar una forma de ensamblar un refrigerador en la mitad del tiempo que su competidor, pero difícilmente logrará que en un mismo terreno quepan mas vides para producir más vino).
O incluso, aunque es la opción menos probable de materializarse en un futuro próximo, a su superación. En Capitalismo progresista, Joseph Stiglitz se pregunta cuáles son las fuentes de enriquecimiento de las naciones. En su análisis adjudica la culpa de la ralentización del crecimiento y el incremento de la desigualdad en Estados Unidos principalmente a la falta de inversión, en las últimas cuatro décadas, en educación, infraestructura y tecnología. “Puede que, hace mucho tiempo, la imagen de una competencia innovadora, si bien implacable, de una miríada de empresas luchando por prestar un servicio mejor a los consumidores a costes más bajos, fuera una buena caracterización de la economía estadounidense”, comenta el premio Nobel de Economía.
Aparte de la visión economicista que implican, otra enorme carencia de estas mediciones radica en que son promedios. Por lo tanto, queda afuera la noción de distribución (o reparto) del producto social. Si introducimos la noción de distribución del producto social no todo crecimiento del producto implica desarrollo económico, puesto que junto con el estudio de la distribución se “infiltra” (implícita o explícitamente) el estudio de la justicia distributiva, abriendo la puerta a consideraciones de naturaleza ética y social mucho más amplias. La urgente tarea histórica de la clase obrera ahora es intensificar la construcción de nuevos partidos de masas y partidos revolucionarios de trabajadores y jóvenes, equipados con programas socialistas, y transformar los sindicatos en organizaciones combativas de lucha. Sólo el socialismo ofrece una salida a la espiral de disaster creada por el sistema de lucro. Bajo el presidente electo Biden volverán a entrar en los Acuerdos sobre el Cambio Climático de París, pero poco resultará de esto.
Sin embargo, respecto a su poder de conexión aparece en el lugar forty one en el mundo. A pesar de no contar con una gran presencia de headquarters, la ciudad cuenta con importantes redes de empresas financieras, de servicios avanzados y comunicaciones, que proveen a las multinacionales en sus operaciones globales. Fusionando estas dos medidas, Santiago se sitúa en el puesto 50 en cuanto al índice de ciudades globalizadas (Taylor et al., 2012), lo que muestra que la economía global tiene un importante nodo de conexión en la ciudad, solo superado en América Latina por las ciudades de Sao Paulo (puesto 25), Ciudad de México (puesto 31) y Buenos Aires (puesto 35). La caída de la bolsa de Nueva York en octubre de 1929 generó un efecto en cadena que afectó a gran parte del mundo. En el caso de Chile, este fue uno de los países más golpeados por la denominada Gran Depresión, debido a la dependencia con el comercio exterior. Los efectos de la crisis generaron problemas sociales, el cambio de las políticas monetarias, las políticas económicas y el rol del Estado.
Poco importan las diversas expresiones de disaster humanitaria, como la pobreza, desempleo, hambrunas, enfermedades, en todo caso esos son daños colaterales, que eventualmente pueden resarcirse cuando se recomponga el ciclo natural de los negocios. La superexplotación del trabajo significa no sólo la contención salarial y el empobrecimiento acquainted, sino también la exposición a riesgos y peligros laborales, el desgaste prematuro de la fuerza laboral y la posibilidad de ser despedido y excluido de la órbita de la producción y el consumo. No obstante, bajo el influjo del capitalismo neoliberal se han recrudecido los problemas sociales, al punto en que se pone en riesgo, cuando menos en vastas zonas del planeta, la existencia y reproducción de la vida humana.
Prácticamente todos los elementos de la definición formulada en el párrafo anterior son controvertidos. Desde ya, se trata de una concepción normativa sobre la explotación, de acuerdo con la cual afirmar que hay una relación de explotación supone afirmar que dicha relación es, prima facie, impermisible. Frente a esto, existen concepciones descriptivas de la explotación según las cuales ésta consiste meramente en la existencia de un intercambio desigual u obtención de una ventaja, de modo tal que la pregunta sobre su injusticia es contingente a la existencia de alguna otra circunstancia adicional, como por ejemplo, una distribución inicial injusta (Roemer 1985). Adicionalmente, existe un amplio debate en torno a qué es lo que vuelve injusta a una relación de explotación y si acaso es believable decir que el explotado sufre una falta de libertad. En la comunidad internacional, como en cualquier otra, hay miembros mucho más ricos que otros y, a veces, las diferencias entre los más aventajados y los más desaventajados son tan grandes, que la formulación de deberes globales de justicia distributiva debería resultar difícil de evadir. Sin embargo, muchos filósofos igualitaristas como John Rawls (2001) o Thomas Nagel (2005, 2008) han defendido una concepción débil de los deberes de la justicia económica que se aplican a nivel global o, por lo menos, más débil de lo que uno habría esperado dado su compromiso con una concepción bastante robusta de las demandas de la igualdad en el contexto doméstico.