En todo el mundo, allí donde compartimos nuestra visión y valores, colaboramos con activistas, comunidades, movimientos sociales y la sociedad civil. Buscamos nuevas formas de conectar con la juventud y las mujeres en toda su diversidad, y aspiramos a convertirnos en su socia preferente. Sabemos que somos capaces de marcar la diferencia gracias a las personas que nos apoyan, al personal voluntario, a las organizaciones socias, al equipo Oxfam y a los donantes. Una agenda populista y que atenta contra los formas de desigualdad social derechos fundamentales está mermando las victorias obtenidas con tanto esfuerzo por parte del movimiento internacional por los derechos de las mujeres, así como en la lucha contra la pobreza. Nunca antes había sido mayor la necesidad de contar con formas de gobernanza inclusivas, responsables y transparentes que protejan los derechos humanos y nuestro planeta. Un futuro justo y sostenible depende de la existencia de espacios seguros y dinámicos que permitan a todas las personas exigir responsabilidades al poder.
Tales propuestas fueron duramente criticadas por Bennholdt-Thomsen (1981), rechazándolas por su funcionalismo estructural a-dialéctico y reduccionista. Propuso una nueva conceptualización de la marginalidad basada en la noción de «producción de subsistencia», que reflejaba la existencia de una fuerza de trabajo no asalariada, no remunerada o con ingresos por debajo del salario mínimo. Esta «producción de subsistencia» era, simultáneamente, efecto estructural del capitalismo y condición de acumulación en realidades como las latinoamericanas.
A tres décadas de las transiciones democráticas, sin duda hemos avanzado mucho en el logro del ejercicio de derechos civiles y políticos, sin embargo, aún estamos rezagados en lo relativo a los derechos económicos, sociales y culturales. Según el informe de la Corporación Latinobarómetro del año 2017, por quinto año consecutivo la percepción sobre la democracia en América Latina no mejora. Con respecto al año 2016, el porcentaje de apoyo a la democracia bajó un punto y se ubicó en 53%. Así mismo, solo un 5% de los ciudadanos expresa que existe plena democracia, con respecto al 72% que expresa que la democracia enfrenta graves problemas. Además, la satisfacción con la democracia disminuyó de un 34% en el 2016 a un 30% al 2017[26]. En este cuerpo de investigación, se concibe la democracia como una forma de organizar el poder en la sociedad a fin de ampliar el ejercicio de estos derechos, evitar o limitar la dominación de individuos o grupos que impidan ese objetivo y lograr la perdurabilidad de la organización democrática (PNUD 2010).
En América Latina, donde los niveles de desigualdad y de “tolerancia” a ésta son dramáticos, los procesos de exclusión social se expresan precisamente en los términos de la incorporación de vastos sectores sociales, en sus patrones de integración (Faria, 1995), que dan lugar a una inclusión desfavorable (Sen, 2000), a una ciudadanía de segunda clase (Roberts, 2004). Las desventajas no derivan de “estar afuera”, sino precisamente de la segmentación producida por las instituciones del Estado, de una inclusión diferenciada en el sistema social. Como afirma Auyero (2001), en el contexto latinoamericano el Estado se ubica como elemento central en la cadena causal que explica la perpetuación y la agudización de la privación materials y de la marginación económica y cultural. En este contexto el espacio se constituye en un componente clave de los procesos de destitución social, y nos remite a la concentración geográfica de la pobreza, o en otros términos, a explorar cómo se acumulan las desventajas en bolsones de intensa privación (Lupton y Power, 2002). Las menores -y peores- oportunidades de empleo para los sectores más desfavorecidos fueron acompañadas por un proceso de crecimiento de la concentración espacial de pobreza.
Los Objetivos de Desarrollo, adaptados en 2015 por todos los países, están cosidos con el hilo de un principio, el de no dejar a nadie atrás. Para António Guterres, la disparidad de ingresos y la falta de oportunidades “están creando un círculo vicioso de desigualdad, frustración y descontento entre generaciones”. El impacto de la desigualdad se deja sentir tanto en el nivel nacional como en el nivel personal en que nos afecta la pobreza.
Sin embargo, es bueno aclarar que es mucho más seen en aquellos países que más sufren los efectos de la pobreza, la marginación y la exclusión. Otra forma de desigualdad social, aunque quizá más sutil que las anteriores, se aprecia cuando las instituciones, entidades y organismos públicos se revelan bajo el dominio de unos pocos grupos. Cuando esto pasa, la intención de dichos grupos es excluir al resto de las personas para que no puedan acceder al Estado como tal y, por tanto, no participen activamente de las decisiones que a todos les incumben. Las sociedades que no confían en sus organismos públicos son casi siempre las más desiguales; la falta de interés y la desafección por los asuntos públicos constituyen otra fuente directa de desigualdad social. La desigualdad social se aprecia a través de las contribuciones de los grupos que conforman una comunidad.
La principal consecuencia de esta desigualdad que es primordialmente social pero que se reproduction a nivel político es niveles bajos de representatividad y calidad de las decisiones que emanan del sistema político, y que llevan de nuevo a la problemática del desencanto con la democracia y la conflictividad social. Estas asimetrías sociales y políticas afectan la formulación de políticas públicas, y afectan la priorización del gasto público que con frecuencia para las mayorías ha venido siendo equivocadas, tras varias décadas de gobiernos elegidos popular y democráticamente. ¿Qué pasa cuando solo acceden al poder aquellos con acceso a fondos para ingresar a la política y armar sus campañas?
Al respecto, se argumentaba que el modelo acumulativo anterior, debido a su sesgo tecnológico intensivo en capital, no fue capaz de absorber toda la oferta de mano de obra, fruto de cambios demográficos y migratorios, a pesar de la importante creación de empleos. De esta manera, se generó un excedente laboral de naturaleza estructural que no respondía a los avatares del ciclo económico. La gran mayoría de este excedente no pudo permanecer en situación de desempleo abierto, ya que ni los sistemas estatales ni los familiares garantizaban la reproducción de la fuerza de trabajo en tal condición. La salida fue la autogeneración de empleo que, en medios urbanos, fue calificada como informalidad desde este enfoque estructuralista.
Poner en marcha proyectos de cooperación y ayuda al desarrollo es una de las vías para reducir la desigualdad. Por el contrario, existen indicios claros de que en los últimos años ha ido en aumento, lo cual le convierte en uno de los principales retos para la gobernanza mundial en el siglo XXI. No solo se manifiesta en aspectos como el poder adquisitivo, que es sin duda la causa principal de la exclusión y la falta de oportunidades en muchos lugares del mundo. Además, las nuevas generaciones pagarán un precio en forma de falta de puestos de trabajo, especialmente en los países más golpeados por el calentamiento world.
Por ello, trabajamos junto con más de 4.100 organizaciones asociadas, aliados y comunidades en más de 90 países. Los próximos años, de aquí a 2030, serán años de rápidos e impredecibles cambios, y no sabemos cuáles serán sus efectos en esta compleja realidad. Nuestro nuevo marco estratégico world recoge nuestro compromiso, para la próxima década, de alcanzar un futuro justo y sostenible. Se trata de un marco aún más necesario en este mundo devastado por el coronavirus, y que ofrece una dirección estratégica más pertinente que nunca. También somos conscientes de que las desigualdades que causan la pobreza y la injusticia son complejas y están entrelazadas.
Asimismo, afianzan la incertidumbre, la vulnerabilidad y la inseguridad, socavan la confianza en las instituciones y el Gobierno, aumentan la discordia y las tensiones sociales, y desencadenan actos violentos y conflictos. Cada vez hay más pruebas de que son las desigualdades de los ingresos y la riqueza las que impulsan el auge del nativismo y de las formas extremas de nacionalismo. Las desigualdades también socavan la capacidad de las personas y las comunidades para adaptarse al cambio climático y mitigarlo. Las últimas reacciones populistas al impuesto sobre el carbono demuestran que será cada vez más difícil emprender iniciativas audaces en relación con el clima si no se resuelven las causas profundas de las desigualdades.. El efecto cumulativo del mayor crecimiento económico registrado en la región en los últimos años y la implementación de políticas de redistribución del ingreso y combate a la desigualdad habían arrojado alguna mejora en cuanto a pobreza e inequidad pero recientemente se vienen reportando retrocesos.
Nuestra visión, misión y valores guían nuestro trabajo, así como el cambio transformador que buscamos. Somos conscientes de que para estar a la altura del reto que supone un futuro complejo e impredecible, debemos desarrollar nuevas habilidades, más innovadoras, y mejorar nuestra capacidad para adaptarnos rápidamente a contextos cambiantes. En la jurisprudencia interamericana, la academia, en los propios debates que se dan en el marco político regional existe el consenso que establece que los derechos humanos son complementarios, interdependientes e indivisibles.
Los déficits en materia de inclusión social condicionan cada vez de forma más evidente, la calidad de estas democracias. Este trabajo argumenta que sin duda el crecimiento económico reciente ha sido importante en esta región, pero al mismo tiempo se considera como impostergable el logro de avances en cuanto a la plena inclusión de todos los ciudadanos y ciudadanas en los beneficios de ese crecimiento económico. En este sentido, Azpuru y Smith (2012) dan cuenta cómo el pertenecer a uno de los grupos generalmente discriminados (ser mujer, indígena o tener piel oscura) afecta el apoyo al sistema político y el apoyo hacia la democracia (Azpuru y Smith 2012, p. 75). Igualmente, las discriminaciones a nivel social también se traducen en límites a las oportunidades de acceder al sistema político.
Con frecuencia entonces son pocos los que acceden al poder político, y son pocos los que cuentan con los fondos para ingresar a la política y armar sus campañas. La proporción de encuestados que se hacen llamar de centro en lugar de izquierda o de derecha se ha reducido del 42% en 2008, al 33 % en 2015. En este sentido, y como bien demuestran Pérez-Liñan y Mainwaring (2008), la desigualdad y exclusión social se relacionan directamente con el desencanto democrático, que a su vez se consolida dada la recurrente debilidad de los mecanismos de management del poder político existente. Se perfila, entonces, una hipótesis a ser evaluada de que “a mayor desigualdad, mayor es el desencanto con las instituciones democráticas, y con la democracia en basic.” Las percepciones ciudadanas así parecen indicarlo.