Juan Pablo Conejeros Maldonado Investigadores Universidad San Sebastián

Del mismo modo, tampoco se dirá que el mercado es un instrumento o un medio al servicio de la persona, sino que esta última deberá adecuarse a un mercado concebido como un fin en sí mismo. Como lo hemos mencionado anteriormente, el problema basic de la economía es que se ha ligado a la política y no a la ética, a la razón abstracta del yo y no a la escucha humilde del otro. A la pretensión de querer hablar en nombre de todos, de la colectividad, de la masa de seres humanos, pero olvidando relacionarse con el individuo concreto.

la pobreza desde la mirada filosófica

La concept de complemento de las diferencias e identidades de género supone un supuesto conservador que suprime otras posibles comprensiones del problema y que encuentran también en las elaboraciones filosóficas y literarias otras resoluciones. Es así como es de interés de este trabajo enunciar cómo la especulación realizada por Marx a cerca de la disaster del sistema librecambista del capitalismo del s. XIX  es recogida por Dussel e interpretada como uno de los momentos de la dimensión materials de la ética de la liberación; desde esa misma perspectiva, nos parece relevante realizar un ejercicio especulativo a cerca de la dimensión material económica y pulsional de la crisis la pobreza wikipedia actual, desde el lugar del sujeto alienado en la diferenciación consumista. Dentro de esta perspectiva, Pablo de Tarso es considerado el descubridor de la voluntad, y su descubrimiento supondría una modificación de la condición humana y la praxis que funda, dimensión hasta allí pensada sólo como el ‘producto’ del conflicto entre deseo y razón. Una estrategia metodológica crucial para mostrar este estatuto inaugural del pensamiento de Pablo es el contraste entre lo propio del pensamiento paulino y la filosofía estoica. Particularmente, al intentar deslindar el debate entre Epicteto y Pablo acerca de la de la voluntad, su potencia o  impotencia y su fractura unique.

Por una parte, hay quienes defienden una lógica descontextuada y, por tanto, compulsiva, que implica procesos históricos continuos o acumulativos, y otros, por el contrario, sostienen que se ésta se ejerce en condiciones fácticas que no puede penetrar o controlar. A pesar de otras diferencias y matices, en torno a esta cuestión decantarían las posiciones que separaron a Carnap de Heidegger en los años 30, a Kuhn de Popper y Lakatos en los años 60, y finalmente a Gadamer de Habermas. Lo que buscamos con esta pregunta tal vez se halla muy próximo; tan próximo que lo más fácil es no advertirlo. Porque para nosotros, los hombres, el camino a lo próximo es siempre el más lejano y por ello el más arduo.

Ella es, todo lo contrario de una tiranía, un eficaz antídoto contra esta,  puesto que, como señaló tantas veces Popper, se trata de la única forma  de gobierno que permite darse un gobierno y a la vez reemplazar a éste sin derramamiento de sangre. Ella, la democracia, es una forma de gobierno en fin, preocupada tanto de establecer las competencias del poder cuanto los límites de este. Yo no vacilo en contarme entre los primeros, y no por carecer de preferencias o de convicciones acerca de la justicia, sino porque entiendo que no dispongo la pobreza es de suficiente argumentación racional como para demostrar de modo inequívoco que tales convicciones y preferencias son las únicas correctas y que deberían, por tanto, ser compartidas por todos mis semejantes. Poseo determinadas convicciones, admito ciertas preferencias, procuro ciertamente argumentar en favor de ellas y convencer de su bondad a quienes me rodean, pero no puedo llegar hasta el punto de creer que quienes no las comparten viven simplemente en el error y, menos aún, que deberían ser de alguna manera forzados a adherir a ellas.

Un gesto que incomoda y plantea urgencias desde los mismos grupos que llamaron “minorías”. Más allá del estadio estético en el cual la belleza ejerce su inmediata fascinación, hay un ser resplandeciente que la belleza de los seres permite presentir, que ella misma revela, pero que también puede ocultar. Y esta trascendencia de la belleza origina un doble riesgo de la experiencia que el amor hace de ella. Uno es quedar fascinado, atrapado en las redes de la belleza, riesgo que acarrea la pérdida del sentido de la profundidad que ella misma abre, de la belleza misma.

Esta defensa de la filosofía, que es al mismo tiempo el reconocimiento de su propia inseguridad, se la observa también hoy en la universidad contemporánea cuando, para justificar su enseñanza, suele señalarse a los prósperos ejecutivos de la City de Londres que habrían cursado el famoso PEP (Politics, Economy and Philosophy), lo que probaría que los filósofos, si quieren, pueden enriquecerse. Aunque la filosofía siempre ha sido motivo de incomprensión, incluso de sospecha y de burla, nunca había estado tan amenazada como ahora por la diosa Utilidad. ¿Entonces la filosofía no sirve para nada y podemos llegar y sacarla de los programas educativos? El último libro de Carlos Peña, Por qué importa la filosofía, explora esta problemática y, al mismo tiempo, arroja luces sobre el quehacer mismo de una disciplina constantemente enfrentada al prejuicio de la improductividad. Agreguemos que, a diferencia de lo que muchas veces puede pensarse, la solidaridad no es un sentimiento superficial, sino, en palabras también de san Juan Pablo II, «es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos». [39] Como ejemplo emblemático, menciono la empresa transnacional estadounidense de electrónicos LG.

Lo tercero tenía que ver con el aprendizaje a través de la acción por encima de la palabra, lo que se relaciona también con el énfasis que hacía en la observación, la reflexión, la repetición y en el darle sentido a las experiencias. Y finalmente, el equilibrio entre los tres elementos mencionados (la mano, la cabeza y el corazón). Pestalozzi articuló la teoría con la práctica y demostró la posibilidad de desarrollar la educación como un proceso de acción enfocado en la libertad y en la naturaleza infantil, aspectos que otros grandes educadores, continuaron elaborando y perfeccionando posteriormente. En filosofía de la ciencia se ha desarrollado la thought que las ciencias sociales – a diferencia de la física y la biología – no califican para formar parte de las disciplinas científicas convencionales debido, principalmente, al carácter no progresivo de sus teorías. Esta thought ha sido exportada a los cultores de esas mismas disciplinas, que en creciente resignación, se han conformado aparentemente con la membresía en las humanidades, ahondando la distancia entre las demandas de progreso – especialmente epistémico – de parte de la sociedad y la práctica epistemológica de los cientistas sociales.

En este artículo de reflexión filosófica me referiré a una de las incógnitas más importantes que las personas han de enfrentarse en su existencia efectiva o, tal vez, la primera de ellas, porque engloba el por qué y el para qué de la vida humana. Es preciso advertir al lector que en este escrito se presentará una perspectiva filosófica y metafísica personal del asunto, pero existen múltiples otras perspectivas diferentes que son más o menos afines a las ideas que se expondrán. A partir de lo señalado se puede apreciar que, evidentemente, esta perspectiva es muy contraria a las concepts de las personas que se basan estrictamente en filosofías materialistas, nihilistas, panteístas, vitalistas y subjetivistas.

“Tal vez, al cabo de dos siglos de funcionamiento útil y sin dificultades, el motor a vapor desgastado de la Ilustración se ha detenido a la vista de nosotros y con nuestra cooperación. Este es el diagnóstico pesimista de Szizypiorski, que habíamos citado al comienzo como invitación a la reflexión. Pensemos tan sólo en las dos guerras mundiales de nuestro siglo y en las dictaduras que hemos presenciado. También quisiera agregar que de ninguna manera es necesario dejar fuera de servicio la totalidad del legado de la Ilustración como tal y declararlo motor a vapor desgastado.

El conocimiento de sí en el sentido socrático, ese cuidado del alma que induce al diálogo, es lo contrario del acto de un espectador desinteresado ante quien su mismidad compareciera como un objeto ajeno, como el producto azaroso de estructuras biográficas o sociales, como el secreto de una subjetividad profunda. El conocimiento de sí mismo en su sentido más real, según Sócrates, lo procura la filosofía por la vía dialógica. Y ésta no es la que abre una dominada y aniquiladora voluntad de poder, sino una inteligencia capaz de alumbrar la mismidad personal haciendo nacer, mayéuticamente, a un ser libre. Esta capacidad creadora de la inteligencia es la raíz misma de la filosofía y es lo que expresa el discurso de Sócrates. Esta en la razón profunda de la vida dialógica del conocimiento que Sócrates abriera –del diálogo socrático– a través del cual el interlocutor, el prójimo, el otro hombre, es reconocido e interiorizado.

Vivían en un palazzo deteriorado en la Via Romana y dependían principalmente de los rendimientos de su granja ubicada en las afueras de Florencia. Esta relativa privación material dejó una huella en el joven Nicolás, lo que anclaría su filosofía política en un punto de vista plebeyo, dando voz a los reclamos de quienes quieren vivir libres de la dominación oligárquica. En su carta de dedicación en El príncipe, Maquiavelo se describió a sí mismo como parte del pueblo, “un hombre de baja y humilde posición” que, dado su lugar “bajo en la llanura”, podía discernir claramente la naturaleza de los que están en lo “alto de las cimas de las montañas”. Nacido en 1469 en Florencia, Maquiavelo es una figura central en el canon occidental de la filosofía política. Aunque es más conocido en la imaginación well-liked como la mente maestra de El príncipe (1513), que muchos consideran una especie de guía práctica a la House of Cards para tomar y mantener el poder político, nos perdemos lo que es crucial en Maquiavelo cuando reducimos su pensamiento político a la tesis simplista de que el ‘fin justifica los medios’.

Hemos aprendido sobre este tema que las distintas maneras de fundamentar los derechos humanos, o sea, que los diferentes modos de explicar qué son a fin de cuentas estos derechos y en virtud de qué representan exigencias universales de carácter a la vez perentorio e insoslayable, es una materia que divide visiblemente las opiniones de los autores. Admitir por último, que la democracia se relaciona en tales sentidos con la decepción no es, por cierto, una invitación a decepcionarnos de la democracia, sino un intento por comprender mejor la naturaleza Y los límites de ésta de modo de no cifrar en ella esas falsas ilusiones que más tarde, al no poder realizarse, sí que precipitan a la gente y a las sociedades en un desencanto nada positivo. Tal vez en esto pensaba Raymond Aro cuando escribió que la democracia es el único sistema político que nos enseña que la historia de los pueblos está escrita en prosa y no en verso. Hoy las cosas son diferentes y hay quienes llegan incluso a conjeturar algo así como el fin de la historia, a partir, precisamente, del auge y prestigio mundial de la democracia como el ordenamiento político posiblemente más justo de cuantos han sido ensayados en el devenir de nuestras sociedades occidentales. Por lo mismo, Del Vecchio puede decir que a la Filosofía del Derecho, entre otras tareas, corresponde la de “valorar el Derecho según el perfect de justicia trazado por la pura razón”. Kelsen en cambio, hacia el last de una obra dedicada al tema de la justicia, confesara que “en verdad no se si puedo decir que es la justicia, la justicia absoluta, ese hermoso sueño de la humanidad.