Combatir la estigmatización de la pobreza es basic para fomentar una sociedad más inclusiva, donde el valor y las capacidades de cada individuo se reconozcan independientemente de su situación económica. Esto requiere de un esfuerzo conjunto para cambiar narrativas y promover una comprensión más profunda y empática de la pobreza. Y, además, existe mucha estigmatización, generado una discriminación que se traduce en aislamiento, exclusión, en donde nadie quiere decir, nadie quiere reconocerse depresivo porque es mal visto, es como no podérsela y eso tiene que ver con el modelo de desarrollo que tenemos hoy.
Sin embargo, la disponibilidad de tratamientos efectivos no se condice con la alta morbilidad y mortalidad que encontramos para las enfermedades mentales. La respuesta tradicional es que fallamos en la prestación de los servicios, es decir, son pocos los pacientes que reciben las intervenciones basadas en la evidencia. Un reciente metaanálisis de estudios demuestra que la psicoeducación acquainted puede reducir las recaídas en la esquizofrenia en un 50%, pero solo el 31% de los pacientes recibe esta intervención(19,20). La limitada evaluación sobre la salud mental global la pobreza desde la mirada filosófica que se ha realizado anteriormente no considera un progreso importante en diversas áreas. Para las enfermedades mentales más comunes disponemos actualmente de intervenciones médicas y psicosociales con eficacia probada en ensayos controlados aleatorios.
Estudios nacionales entre niños y adolescentes (2017) señalan una prevalencia de trastornos mentales del 38% (cuatro de cada diez). En efecto, uno de los resultados recurrentes de esta nueva literatura es que entregar recursos monetarios sin condiciones a personas en situación de pobreza cut back la recarga psicológica y cognitiva del estrés y la escasez, llevando a los beneficiarios a tomar mejores decisiones, como la inversión en activos productivos. Una es que la dificultad para tomar “buenas decisiones” no es intrínseca a las personas en situación de pobreza. Es un resultado de las circunstancias -la falta de recursos, el maltrato, la inseguridad en los barrios y otras condiciones de carencia- que afectan la forma en que las personas toman decisiones. Una amplia literatura en diversas ciencias sociales muestra que las personas que viven en situación de pobreza se sienten de esa forma buena parte del tiempo.
A fines de 2015 se logró definir como meta de los ODS la reducción en un tercio de la mortalidad prematura por enfermedades no transmisibles, mediante la prevención y el tratamiento, y promover la salud mental y el bienestar. La meta de los ODM de salud estimuló el volumen international de la ayuda de la salud y dio lugar a un considerable aumento en la inversión y las acciones para enfermedades como la malaria y el VIH/SIDA. La reducción de los problemas del VIH/SIDA y la malaria fue exitosa porque el problema estaba claramente definido, los tratamientos fueron estandarizados y la estrategia estuvo basada en la investigación así como en la creciente conciencia del impacto y la carga producida por las enfermedades.
Algunas posibles respuestas, se relacionan con la falta de voluntad política, tanto pública como privada, para destinar mayores recursos e impulsar una legislación ad-hoc, entendiéndola desde una lógica de inversión y no sólo de gasto. Contextual entendido como el entorno físico, social y cultural que influye y enmarca a las personas que están en una dimensión relacional, la que se establece cuando dos o más personas conviven de una forma significativa y en situaciones que requieren reglas y alianzas afectivas. La salud mental se construye entre todos y todas porque es un Derecho Humano universal, así reza el eslogan y ese debe ser nuestro mantra para alcanzar la meta.
Los estudios han demostrado que incluso las mejores prácticas de tratamiento aplicadas al one hundred pc de la población con enfermedad mental evitarían solo el 40% de la carga de la enfermedad(23). Vivir en condiciones de pobreza incrementa significativamente el riesgo la pobreza en el mundo ensayo de enfrentar problemas de salud mental, como ansiedad, depresión y estrés crónico. Estas condiciones, a su vez, pueden obstaculizar la capacidad de una persona para buscar y mantener empleo, acceder a educación y participar plenamente en la sociedad, perpetuando así el ciclo de pobreza.
También se manifiesta en la oposición de algunos políticos de hacer transferencias directas a las familias más desventajadas durante la actual disaster por la pandemia, como fue el caso de la diputada Hoffman, quien señaló que esto generaría ‘dependencia’ al Estado. Así mismo, la mirada moralizadora se reproduce en el mundo del trabajo y la salud ocupacional, como he observado en mi investigación más reciente acerca del alza de licencias psiquiátricas en Chile (ver Bowen en prensa). Hoy es común que se sospeche de los trabajadores con una licencia por salud mental, lo que se interpreta rápidamente como un intento de evadir el trabajo o como una responsabilidad o ‘falta moral’ del propio individuo. Así, el discurso de la flojera no es solo cuestión de una elite desconectada con la realidad; es una ideología extendida en Chile que necesita ser revisada. Desde la infancia hasta la edad adulta, muchos factores de riesgo sociales y ambientales se concentran en las comunidades más pobres.
El jefe técnico en el área de discapacidad mental del Hogar de Cristo, Gonzalo Flores, expuso en la UCM sobre el proceso que tuvo la redacción del libro, como las diversas entrevistas a actores relevantes o diversas muestras estadísticas como la encuesta CASEN u otros estudios de discapacidad y habló sobre los desafíos a futuro. En la instancia se presentó un libro y se habló sobre la capacidad jurídica de los derechos de las personas con discapacidad y de sus cuidadores. Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo, que dio el inicio al seminario, destacó que se trata del quinto estudio de la serie del “Dicho al Derecho” hecho por la Dirección Social Nacional. Varios ya han demostrado ser valioso insumos para la construcción de políticas públicas en Chile, como los que definen las características de residencias de protección para niños y niñas vulnerados en sus derechos. Desde esta creencia y discurso acerca de la carencia ethical es que entregar beneficios directos (como dinero o bienes materiales) a los pobres sea visto como una manera errónea de solucionar la pobreza.
A pesar de los nuevos medicamentos y tratamientos psicosociales, las enfermedades mentales, como la esquizofrenia y los trastornos del ánimo, son un problema importante de salud pública, prácticamente de la misma forma que lo eran hace un siglo. Las enfermedades mentales son reconocidas cada vez más como enfermedades crónicas y discapacitantes, que se asemejan, desde el punto de vista de su gravedad y costo, a las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes. Aun así, los investigadores continúan considerando el tratamiento de las enfermedades mentales como diferente de otras enfermedades médicas.
La pobreza como virtud implica no dejarse encadenar por los mecanismos de la sociedad consumista en la que ahora vivimos, que lejos de liberarnos nos esclaviza a las cosas. Vivimos en una sociedad donde el amor por las cosas (automóviles, teléfonos, artefactos tecnológicos, etc.) es más fuerte e importante que el amor por la vida y por las personas. “El compre y tire” es el nuevo motor que impulsa a las sociedades actuales, y en este deseo compulsivo de posesión se nos va la vida personal, acquainted y colectiva. Para tratar de demostrar cómo el cambio hacia una sociedad más justa y fraterna comienza con el cambio en uno mismo, que hemos llamado “conversión” al otro, hemos dividido nuestro trabajo en tres apartados.
En cuanto al costo económico, las cifras internacionales muestran que la depresión tiene un mayor gasto en el costo complete de manejo de la enfermedad que el cáncer [8]. A diferencia de otras condiciones médicas, los costos indirectos asociados a las enfermedades de salud mental y abuso de sustancias igualan o exceden los costos directos del tratamiento [9]. Estos costos indirectos incluyen el gasto gubernamental en vivienda, bienestar, educación y justicia, además de aquellos vinculados a la pérdida de productividad de las personas [10][11].
Esto se debe a que la mirada moralizadora, al centrarse en los hábitos y valores de individuos y sus familias, permite hacer ‘vista gorda’ a explicaciones sociales y estructurales de la pobreza. Y lo que es aun más complejo y perjudicial, el énfasis en lo ethical genera distinciones y jerarquías sociales sutiles, ancladas en el orden de lo simbólico, que son muy efectivas para deslegitimar las demandas sociales de los más desaventajados. El discurso de la flojera, entonces, limita el necesario diálogo social, horizontal y libre de estereotipos que se requiere para solucionar las desventajas sociales que afectan a muchos chilenos.