En términos de política rural, creemos que hay que insertar prácticas propias de las economías locales en los circuitos de comercialización, ahí hay un componente cultural que es necesario relevar porque también es generador de ingresos. Claro, pero son más que fuentes laborales, son formas de vida, porque en torno a los crianceros no sólo hay una retribución económica de esa actividad, hay un saber, una tradición, un traspaso de conocimiento de generaciones. Entonces, trasciende lo monetario, y ahí uno ve que todo el efecto climático va destruyendo estos medios de vida que por años han estado presentes en su territorio y eso genera una disaster en lo económico, social y cultural. Vemos también cómo dramáticamente hay sectores que se van despoblando porque la educación está fuera del territorio; antes había allí una escuela donde se educaban, ahora esa escuela está en las grandes ciudades y los niños, a determinada edad, tienen que salir de los pueblos natales para acceder a la educación y por lo tanto, al futuro. Se empiezan a deteriorar fuertemente espacios de construcción comunitaria y de identidad tan importantes para los sectores rurales distribuidos en Chile. Es absurdo pensar que todos podemos vivir en las grandes ciudades, no es sustentable ni sostenible en el tiempo.
La concentración de poder económico protagonizado por grandes empresas, que imponen condiciones incontrarrestables a sus proveedores, clientes y trabajadores, sólo se resuelve con regulaciones legales que corrijan las inequidades en el mercado y redistribuyan los beneficios. En realidad, la pobreza no sólo se debe a la falta de riqueza estatal para proveer ayuda; está directamente asociada al aprovechamiento desigual del crecimiento económico, que se concentra en una pequeña minoría privilegiada que no enfrenta responsabilidades legales que realmente le hagan compartir los frutos del esfuerzo de todos. Desde el año 2.000 en América Latina se ha disminuido en gran medida la desigualdad de ingresos, gracias a políticas de aumento de impuestos a los más ricos, salarios mínimos e inversión en los servicios públicos. Según la confederación Oxfam, quienes están detrás de la promulgación de este tipo de políticas, es la ciudadanía. De acuerdo con los resultados dados a conocer este jueves, la baja en la pobreza por ingresos se explica tanto por el aumento de los ingresos laborales y los autónomos (que no tienen que ver con el trabajo), así como por los diversos subsidios que ha entregado el Estado a los hogares de menores ingresos desde la pandemia en adelante.
La pandemia tendrá consecuencias económicas y sociales profundas para América Latina. Si bien aún los pronósticos cambian de forma diaria, las visiones de la CEPAL o el Banco Mundial reconocen un retroceso de entre una a dos décadas en los logros de la lucha contra la pobreza y la desigualdad. El también sociólogo de la Facso, Carlos Ruiz Encina, agrega que el hecho de que estos sectores hayan estado sobre la línea de la pobreza antes de la pandemia no significa que estuvieran mejor preparados que quienes estaban debajo. “A los dos lados de la línea de pobreza la situación social es básicamente la misma, porque lo que hay es un nivel de rotación muy fuerte alrededor de esa línea. A los sectores que están arriba, por lo menos cuatro y hasta cinco deciles, con cualquier cosa que los toques, caen debajo. Para la socióloga Emmanuelle Barozet, académica e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Facso) de la Universidad de Chile, la pobreza va a crecer a costa de grupos que considerábamos “de clase media” sin que realmente lo fueran.
avanza en sentido opuesto, la desigualdad y la pobreza. También la caridad moderna se oscurece cuando desaparece el carácter sagrado del pobre y se hunde la posibilidad de ver a Cristo mismo en el dolor y el sufrimiento del necesitado. La pobreza es el símbolo de un estado de necesidad y dependencia que resolve en adelante la posición auténticamente religiosa del que clama a Dios por ayuda, consejo y protección. Adela Cortina [7] ha acuñado el término aporofobia para designar el rechazo al pobre en las democracias contemporáneas, que se superpone y prevalece respecto del rechazo al inmigrante, pero su perspectiva sigue siendo solo la de la erradicación de las desigualdades sociales y de la pobreza. La condena de la riqueza continuó siendo un motivo principal de la predicación de los obispos durante todo el cristianismo antiguo. El control eclesiástico de la caridad avanzaba en la misma medida en que se institucionalizaba la autoridad episcopal.
La caridad puede anteponer un velo de ignorancia respecto de la justicia, tal como creía el padre Hurtado cuando decía que la caridad empieza donde termina la justicia. La moderna doctrina social de la Iglesia puede ser vista como una reflexión sobre la riqueza y la pobreza en el contexto del imperativo de la justicia social que aparece en el mundo actual y, de hecho, más que un recordatorio de la teología tradicional sobre la caridad –que se mantiene no obstante como trasfondo–, elabora una teoría del salario justo. No se trata solamente de aliviar el sufrimiento de los pobres, sino de pagar el salario que corresponde. Benedicto XVI, en Caritas in veritate (2009), por su parte, ha recordado que la caridad consiste en dar a aquel que ya tiene lo que merece, puesto que dar lo que alguien merece, es decir, hacer justicia, no es realmente una donación. La caridad presupone y florece solamente allí donde ya existe justicia, y por ello sus símbolos fundamentales han sido el alivio de un sufrimiento inesperado (como en la parábola del buen samaritano), la visita de quienes están justa y debidamente privados de su libertad, o la atención de los enfermos y moribundos que caen en el curso de la vida.
La respuesta convencional a la corrupción eclesiástica será el retorno al principio de la pobreza voluntaria que alcanzará su cumbre en el franciscanismo. San Francisco repite el gesto de Melania y Valerio de casi diez siglos antes, continencia perfecta y renuncia complete empresas con ánimo de lucro de los bienes. Apareció entonces el problema de la riqueza de la Iglesia, que pondrá en juego el principio de redención por la caridad.
Mientras más difícil sea delinquir y mayor la probabilidad de ser atrapado, bajará el valor esperado de la delincuencia y, por lo tanto, habrá menos crímenes, pero si aumenta el botín, mayor será el valor esperado y habrá más delincuencia. En los últimos 15 años ha habido una reducción de la desigualdad de los ingresos, aunque el coeficiente de Gini de 0.48 en la última medición disponible para Chile (2017) está lejos aún del promedio de las economías desarrolladas (figura 2). Bajo su alero surgieron grandes fortunas, cuyo origen se centra en la minería, las finanzas y el comercio. Hacia fines de esa centuria se inició un periodo de inestabilidad en el marco de la “cuestión social”, que culminó con la elección de Arturo Alessandri en 1920 y el inicio del Estado benefactor.
La disaster generada por la pandemia se agrava, sostiene, al coincidir con los resultados acumulativos de esa vulnerabilidad. “De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) se estima que, durante 2022 cerca de 201 millones de personas (32,1% de la población latinoamericana), se encontraba en situación de pobreza. De las cuales, cerca de 82 millones (el 13,1% de la población) vivían en condiciones de
Toda enseñanza de Dios para nosotros es espiritual; es para el hombre espiritual, nacido del Espíritu. En medio de los resultados positivos, la brecha de género, sin embargo, se ha mantuvo. Las mujeres registraron en esta última Casen un 6,9% de pobreza y un 2,1% de pobreza extrema, mientras los hombres presentaron un 6,1% y 1,9%, respectivamente. —Hablabas del agua y pensaba en el cambio climático y la manera en que probablemente afecta a las comunidades de maneras más fuertes en la última década por los procesos de desertificación. El año pasado, por ejemplo, veíamos a pequeños agricultores, crianceros en el norte de Chile, que perdieron su fuente laboral por ese tema.
El hambre, la sobrevivencia y el frío, así como el trabajo infantil, el abandono escolar y la cobertura médica se instalarán en una agenda social que hace sólo un año reconocía la necesidad de un cambio de modelo en Chile. Ahí donde se puso en duda el lucro con la educación, el negocio de la salud privada y los pésimos resultados del sistema privado de pensiones, ahora se reconocerá la necesidad de mecanismos estatales sólidos y permanentes para brindar estos bienes públicos con un Estado robusto, que sirva a las mayorías y que deje su rol subsidiario. También para Ramón López la reducción de la pobreza es indisociable de cómo se produce y reparte la riqueza. “Los grandes monopolios, los súper ricos, los 260 individuos que tienen en promedio una riqueza por encima de los seven hundred millones de dólares, han creado sólo una proporción de la riqueza que tienen, lo que más han hecho es apropiarse de riqueza existente.
El estudio de las atribuciones de pobreza y riqueza ha tenido un rol central en la literatura sobre la justificación de las desigualdades sociales. La investigación en esta área ha explorado en qué medida se usan razones individualistas versus estructuralistas para explicar por qué ciertas personas logran posiciones más precarias o aventajadas que el resto. En esa línea, este artículo busca dar cuenta de cómo cambian en el tiempo estas razones, en el contexto de una sociedad que ha tenido grandes transformaciones estructurales en las últimas décadas, donde además se mantiene una alta desigualdad de ingresos, como es el caso de la sociedad chilena. No obstante, estado de pobreza a través de un análisis de clases latentes (LCA), se ofrece una segunda aproximación más matizada a este fenómeno, mostrando que la baja de atribuciones estructurales se asocia al aumento de personas que atribuyen tanto razones individualistas como estructurales a la pobreza y riqueza, predominando una combinación de ambas a la hora de significar estos hechos. Estos cambios en los patrones de atribución se discuten en el marco de las transformaciones económicas y culturales de la sociedad chilena. No sé si me sorprende porque es algo que veníamos advirtiendo desde hace semanas en las distintas instancias políticas y con sociedad civil en las que participamos.
A base de exprimir a sus trabajadores y trabajadoras, evadir y eludir impuestos, privatizar los servicios públicos y alimentar el colapso climático, las empresas están impulsando la desigualdad y generando una riqueza cada vez mayor para sus ya ricos propietarios. Para poner fin a la desigualdad extrema, los Gobiernos deben redistribuir de manera drástica el poder de los milmillonarios y de las grandes empresas hacia el resto de la población. Podremos lograr un mundo más igualitario siempre y cuando los Gobiernos regulen y reinventen eficazmente el sector privado”. En un informe de inicios de año, desde Oxfam se indicó que “desde 2020, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Durante el mismo período, la riqueza acumulada de cerca de 5000 millones de personas a nivel international se ha reducido.
Desde medidas sociológicas basadas en la ocupación, explica, “la clase media es un grupo consolidado, con contratos estables, profesiones calificadas y mayor capacidad de resistir shocks económicos como el que vivimos”. Estas proyecciones y datos se producen en un panorama económico todavía incierto y con una relativa “ceguera estadística” sobre la evolución actual del desempleo y los ingresos por las dificultades que impone la situación sanitaria al levantamiento de datos de calidad. Lo que es claro, sin embargo, es que además de aumentar la pobreza, la disaster desafía la manera en que concebíamos este concepto y las fórmulas que el país había utilizado para intentar reducirla. No veo una demanda por el cambio del modelo económico, sino por una mejor distribución para acabar con la desigualdad.
Esta combinación produce casi siempre éxito económico, de manera que una cierta teodicea de la prosperidad está contenida en todas las variantes ascéticas del protestantismo. El protestantismo moderno atenuó como ninguna otra variante del cristianismo la condena de la riqueza que, por el contrario, continuó su marcha en el catolicismo, que ha oscilado entre la caridad y la pobreza voluntaria como la marca de una vida evangélicamente conducida. La caridad se sustentaba en la posibilidad de redimirse a través del pobre que estaba de suyo salvado como el pobre Lázaro, y descansó por mucho tiempo en una economía religiosa que dotaba de gracia escatológica al pobre. La capacidad de obtener salvación a través de la gracia que otorgan otros –en este caso los pobres– funda a su vez el sentido unique de ecclessia como comunidad de salvos y dispone de la redención como un asunto que no se asegura solo individualmente.