De acuerdo con las estimaciones más recientes, el 17% de la población del mundo en desarrollo vivía con menos de US$1,25 al día en 2011, cifra inferior al 43% de 1990 y al 52% de 19811. Y como refuerzo al enfoque de pobreza multidimensional, para hacer frente a las condiciones estructurales que dejan a las personas atrás, tenemos que entender los diferentes tipos de desigualdades a los que se enfrentan. La desigualdad no es solo un problema en si mismo, tiene efectos negativos sobre la capacidad de crecimiento para reducir la pobreza. Es decir, la desigualdad alta refuerza la persistencia de la pobreza extrema, ya que fomenta una tasa inicial mayor de pobreza que, a su vez, genera más pobreza. Y es cierto que la comunidad internacional lleva muchas décadas afrontando los procesos del desarrollo y del subdesarrollo, del conflicto y, más recientemente del cambio climático. Una respuesta que debe ser política, económica, social, medioambiental y ética, en definitiva, una respuesta de desarrollo humano y sostenible.
Pero en el aspecto simbólico de la exclusión y la marginalidad, se mantiene la misma pobreza y quizás con mayor profundidad que ayer. Esta profundización de la pobreza se explica en la instalación y mantención de un modelo donde se estimuló la ansiedad del estatus, de tener unos bienes materiales que te iban a dar felicidad y permitir tu desarrollo. Hoy lo que diferencia a la comuna es el camino que han tomado muchas familias, muchas personas, para obtener esos bienes. Estos ciclos de alza y baja pueden observarse a través de la evolución del coeficiente de Gini, el cual es un indicador que se encuentra entre 0 y 1, donde un mayor número indica más desigualdad en la dimensión de los ingresos. Llama la atención que en ningún período de nuestra historia el coeficiente haya estado en un nivel comparable a los que muestran los países actualmente más desarrollados (figura 1).
Es preciso advertir que incluso los países más igualitarios exhiben algún grado basal de desigualdad vinculado a la división del trabajo, la que requiere pagos diferenciados acorde a la complejidad de las ocupaciones o para el fomento de actividades que están sujetas a un considerable nivel de riesgo, como la innovación y la labor empresarial. Asimismo, la búsqueda de la igualdad no supone eliminar la diversidad de valores, preferencias y capacidades que nos distinguen como personas. Las políticas que sacan a la gente de la pobreza son distintas a las que les mantienen fuera de la pobreza, por eso deben estar bien informadas de los riesgos y ser implementadas teniendo en cuenta la necesaria capacidad de recuperación frente a los shocks.
Mas específicamente, me baso en una investigación que realicé hace casi diez años para mi memoria de pregrado en antropología social en la Universidad de Chile acerca de los discursos de la pobreza por parte de la elite económica (ver Bowen 2013, 2015). Sorprendentemente, los hallazgos de dicho estudio siguen vigentes para comprender el actual y difundido discurso de la flojera en la sociedad y en el debate público chileno. La vida en deuda nos invita a conocer las vidas y el mundo de una población en Santiago. Siguiendo relaciones familiares y barriales durante una década, entre 1999 y 2010, Clara Han ilumina la manera como las políticas del Estado orientadas hacia la pobreza, salud psychological y derechos humanos, se desenvuelven y fueron transfiguradas en las vidas íntimas de sus interlocutores. Su descripción pone atención e importancia en la vida cotidiana, marcada por la precariedad laboral, la enfermedad y el endeudamiento económico, pero también marcada por el amor y el cuidado. Los discursos de “autocuidado” y “autorresponsabilidad” que promueven las políticas sociales y de salud presumen un individuo soberano, moralmente autónomo y transparente, lo que se opone a las determinantes sociales de “los pobres”, quienes deben despojarse de tales determinantes para ser “libres”.
Una economía que surja, no de la razón, de los cálculos y de las estadísticas, sino de la pasión, de la compasión y más aún del amor por el otro (Nussbaum, 2014). Sostuvo que «lógicamente que se sabía que la disaster iba a impactar de alguna manera, por ello, mejor busquemos los mecanismos para enfrentar la situación y no solo descalificar hacia atrás».
Y que nos recordó, esta semana, la ONG Techo, a partir de la publicación de un nuevo catastro de las personas instaladas en asentamientos precarios en Chile. El contexto de exclusión social y violencia generan situaciones traumáticas que afectan en el consumo de alcohol y drogas… Comenta que quienes seleccionaron a los 300 niños y niñas que ingresaron al centro abierto y a la sala cuna Monseñor Santiago Tapia del Hogar de Cristo y que aún funciona en la población El Castillo fueron las dirigentes de las ollas comunes. –Cuando llegamos aquí a La Pintana, con el Hogar de Cristo, había dos religiosas de Estados Unidos y gente de distintas congregaciones que coordinaban unas veinte ollas comunes. Esas ollas se sostenían con lo que conseguía la Vicaría de la Zona Sur y, principalmente, por lo que quedaba después de la feria y los huesos de las carnicerías.
Pero esta condición no se remite solo a diferencias en calidades de vida, ya que tiene asociado un conjunto de problemas que implican, especialmente, trabas a la justicia, a la convivencia y al desarrollo económico. Chile ha sido un país de muchas diferencias sociales a lo largo de toda su historia. Al igual que otras naciones de América Latina, su origen se remite a la Colonia, cuando se constituyeron las instituciones que la inician, como la concentración en la propiedad de la tierra y la relación jerárquica entre la clase alta y el bajo pueblo. Incluso los países más equitativos exhiben algún grado basal de desigualdad vinculado a la división del trabajo, la que requiere pagos diferenciados acorde a la complejidad de las ocupaciones o para el fomento de actividades que están sujetas a un appreciable nivel de riesgo, como la innovación y la labor empresarial. Implementar sistemas nacionales apropiadas de protección social y medidas para todos, incluidos pisos, y en 2030 lograr una cobertura sustancial de los pobres y los vulnerables. Frente al enfoque más estructural definido por la pobreza-desigualdad y exclusión, para afrontar la vulnerabilidad nos referimos a un enfoque dinámico.
Y este combate no se logra creando guetos ni construyendo murallas, sino rompiendo el gueto y la muralla principal que es el egoísmo. La pobreza como virtud implica no dejarse encadenar por los mecanismos de la sociedad consumista en la que ahora vivimos, que lejos de liberarnos nos esclaviza a las cosas. Vivimos en una sociedad donde el amor por las cosas (automóviles, teléfonos, artefactos tecnológicos, and so forth.) es más fuerte e importante que el amor por la vida y por las personas.
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